reflexiones sobre la felicidad

Mi búsqueda de una fórmula para la felicidad está originalmente motivada por el hecho de haber visto gente de mi entorno social que, sin haber vivido ninguna tragedia en su vida, es (y se declara) absolutamente infeliz, y pensar (y a veces vocalizar) que si tan sólo vieran las cosas desde otro punto de vista o cambiaran sutilmente su rutina diaria, podrían disfrutar mucho más.

Quizás en el fondo sea un motivo egoísta, quizás ver gente feliz es lo que me hace feliz a mí. Las emociones son contagiosas. Así que rodéate de gente optimista y serás tú más alegre; rodéate de deprimidos y te entristecerás; rodéate de malhumorados y explotarás de rabia.

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Según el barbudo Aristóteles, la felicidad es la única cosa que el ser humano busca porque sí, sin otro motivo ulterior. Sexo, dinero, trabajo… el resto de nuestras prioridades, todas ellas, tienen una funcionalidad más o menos consciente (ya sea tener hijos, conseguir afecto, placer inmediato, un mejor coche, más vacaciones o ser la envidia del vecino). A la felicidad, la queremos por ella misma. Y eso que no sabemos muy bien ni en qué consiste.

Para el premio Nobel de la paz de 1952, Albert Schweitzer, “no es más que salud y una mala memoria”. “La felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces está en harmonía”, opinaba Gandhi. El psicólogo Barry Schwartz afirmaba que “el secreto para ser feliz es tener bajas expectativas”. “La ignorancia hace la felicidad”, dice la frase popular. Pero, más importante: ¿existe de verdad o es sólo un concepto utópico e inalcanzable que hace que nos levantemos cada día? “Si quieres ser feliz, sé”, recomendaba Tolstoy. Según el filósofo Alexandre Dumas, “en el mundo no hay ni felicidad ni miseria; sólo existe la comparación de un estado con otro. Aquél que más ha sufrido es más probable que sienta felicidad suprema”. Para nosotros, la gente corriente, la felicidad es simplemente ese coche (o teléfono o ordenador o novio) mejor, es formar una familia, tener muchos amigos, conseguir un cuerpo perfecto o salir del trabajo a las cinco en punto y quedarse frito mirando la tele…



En realidad, somos todos tan diferentes que buscar una fórmula para la felicidad basada en ejemplos concretos (en plan los “10 pasos para ser feliz” de las casposas publicaciones de auto-ayuda) es tan inútil como llevar un paraguas agujereado bajo una tormenta. Algunos incluso afirman que la única forma de conseguir la felicidad es olvidándote de ella. "La felicidad no se alcanza buscándola conscientemente; si no que generalmente es el resultado de otras actividades", decía Aldous Huxley.

Una cosa está clara: no hay que confundir el placer momentáneo con la felicidad. Mezclar CocaCola con olivas rellenas es uno de mis pequeños placeres cotidianos; pero no puedo decir que eso me hará feliz en mi vida. La felicidad es un sentimiento, que (como el amor) cuando se siente se sabe, pero cuesta de describir. Para mí la felicidad es sentirse bien, a gusto con uno mismo, incluso cuando estás llorando. Porque no es tampoco lo mismo “estar contento” que “ser feliz”. A tener una sonrisa en la boca veinticuatro horas al día trescientos sesenta y cinco días al año se le llama hipocresía, es sencillamente imposible, y, aunque existiera, un mundo “perfecto” (o un hombre “perfecto”) sería aburrido – y el aburrimiento, como bien sabes, conduce directamente a la infelicidad. Enfadarse, entristecerse y pasar malos ratos (dentro de lo razonable) forma parte de ser feliz. Y lo fuerte (y realizado) que te sientes después de haber aprendido de tus errores o superado los baches, también.

Dar por supuesto que lo que te gusta a ti le gustará a otro es un gran error (“No hagas para los demás lo que quieras para ti, ellos pueden tener gusto diferentes” decía Bernard Shaw). Pero hay una serie de denominadores comunes básicos que, si los siguiéramos, nos harían (o deberían hacernos) felices a todos y cada uno de nosotros; aunque suene dogmático. Y no es que lo diga yo, lo han dicho muchos a lo largo del tiempo y de diferentes maneras, entre ellos el psicólogo Abraham Maslow en 1943. Aunque en lugar de hablar de “claves para la felicidad” y utilizar terminología de charlatán de terapia new age, él hablaba de pirámides de “necesidades y deseos”.

Hay básicos de la abuela que, por su obviedad y por las prisas de nuestro mundo, caen a veces en el olvido. Meec, error. Y por básicos de la abuela quiero decir las típicas preguntas que siempre hacen las abuelas (o, en su defecto, las madres): “Has comido suficiente?” “¿Estás enfermo?” ”¿Ya duermes bien?”. Otro clásico pero de vital importancia en tus niveles de felicidad son las relaciones personales (amor, amistades, familia). También necesitamos sentirnos relativamente seguros, tanto a nivel físico como económico, profesional o moral (vivir en un estado continuo de miedo es insoportable). Después vienen necesidades de autorrealización varias: por eso hacer cosas (pan, música, ropa) tú mismo (D.I.Y) te hace más feliz (te añade valor a ti como persona y te hace apreciar más las cosas que haces), y por eso también necesitas avanzar, cambiar, no estancarte (tanto intelectual/laboralmente como, por ejemplo, en una relación de pareja), o te sientes mejor cuando ves que los demás te respetan. Maslow dixit.

Un anexo a la citada pirámide, adaptado a los años que corren, a mi parecer debería incluir pequeñas acciones como reír o contemplar cosas bellas, actividades que, gracias a la ciencia, sabemos que chutan nuestra cabeza con sustancias químicas naturales que nos hacen ver fuegos artificiales o activan partes de nuestro cerebro relacionadas con la recompensa.

En cuanto a las relaciones personales, especial atención se debería prestar al nuevo contexto virtual promovido por Internet. Las redes sociales virtuales tienen sus ventajas y en principio parecen facilitar el contacto entre personas; pero ir con un amigo a tomar un café en Second Life nunca será lo mismo que ir al bar de la esquina. El hecho de no perder contacto con la vida “real”, con personas de carne y hueso, es fundamental para e inherente al ser humano.

Con la sobresaturación informativa actual, elegir cuidadosamente la información que consumes (y los medios de donde la consumes) es más que relevante. ¿Conoces el término infoxicación?

via masticable.org

Por otra parte, en esta sociedad “libre”, las opciones son a veces demasiadas. Así que ser quisquilloso sólo en lo relevante es sin duda otro truco para no tener una crisis nerviosa (da igual si la pasta de dientes es “especial blanqueante, antibacteria, vitamínica, antisarro o flúor: todas limpian los dientes).

Hoy tenemos demasiado de todo, sobre todo demasiados productos. Siempre puedes tener más, la pirámide es infinita. Una vez provistas las necesidades materiales primarias (casa, comida y ropa), es imprescindible reconocer la importancia que hoy en día tiene saber decir “suficiente” (dinero, trabajo, e-mails, ropa). Es ridícula la cantidad de cosas que llegamos a acumular y que nunca utilizamos; y más ridículo es pagar por servicios de almacenaje. ¿Aún no sabes lo liberador que puede ser tirar (o mejor, donar o regalar) lo que tú no necesitas y ganar así más espacio en tu vida? (Lectura recomendada: 'Enough' de John Naish).

“Vivir sin algunas de las cosas que quieres es una parte importante de la felicidad”, decía Bertrand Russell.

Por otra parte, estudios recientes han demostrado que el altruismo activa partes de nuestro cerebro normalmente asociadas con gratificaciones primarias como la comida o el sexo. Ya lo decía Mark Twain: “La mejor manera de alegrarte el día es alegrar a otra persona”.

Evidentemente no se trata de ser todos Einsteins o MadresTeresasdeCalcuta. Pero citando a Goethe: “Debemos ser idealistas. Si pensamos en el hombre como es, lo hacemos peor. Pero si pensamos en como debería ser, si lo sobreestimamos, lo hacemos capaz de ser lo que realmente puede ser”. Lo importante es saber que si queremos, podemos. “La mayoría de gente es tan feliz como decide ser” (Abraham Lincoln).