2. La niebla de Edimburgo no es como la de Lleida. Edimburgo de noche, con niebla y un libro sobre sus leyendas de ahorcamientos, brujas, fantasmas, pestes y demás en tus manos, da miedo.


3. Desde todos los puntos de la ciudad, todos los días de la semana, y casi veinticuatro horas al día, puedes oír el (maldito, molesto, amarillo, diría Kandinsky, como un pitido de sirena) sonido de una gaita. Gracias a estar ubicada entre pequeñas colinas, Edimburgo tiene muy buena sonoridad; desgraciadamente.
4. Las islas están llenas de ovejas, ciervos, cabras negras (según el conductor de autobús que nos llevó de Craignure a Fionnphort en Mull, "una rareza autóctona") y más ovejas. Ah, y alguna "comunidad religiosa" que otra. No me atreví a saludarlos, por si acaso terminaba como Edward Woodward en The Wicker Man; pero dicen que la gente de las islas son muy acogedores.
5. Bailar en un show de Ceilidh puede ser más divertido de lo que parece.
6. Llevan kilt más hombres de los que te esperarías (jóvenes, mayores, por la calle, en el bar...). Ah, vamos a destrozarte el mito de una vez por todas: puedo asegurar que sí llevan calzoncillos debajo. :(
7. Y así llegamos al punto álgido del viaje: los Stirling Highland Games.
[pincha aquí si quieres ver más fotos de kilts, juegos tradicionales escoceses y poco más, ya que mi cuenta de flickr no es pro (no me da la gana pagar) y sólo puedo subir granito a granito]
8. Cuando llueve, llueve de verdad. El paraguas no te va a servir de absolutamente nada.
9. No te irás sin comprar algo que contenga los fabulosos cuadros escoceses, es imposible. No sirve de nada que te resistas, de verdad.
10. Los haggis no son tan asquerosos como parecen (siendo un tanto simplista, podría decirse que es como una especie de butifarra negra catalana).