Lo primero que me di cuenta al llegar a esta urbe mastodóntica fue una simple confirmación de los tópicos: 1) en general, los japoneses son muy amables y, aunque la mayoría habla tanto inglés como mi abuela, si te ven perdido no les molesta acompañarte hasta tu destino aunque ellos se tengan que desviar de su ruta. 2) las japonesas en concreto, son guapísimas. Es verdad que se cuidan mucho; una francesa que he conocido dice de ellas que "mucho maquillaje y tacones pero poca teta y poca figura".
Por otra parte, Tokio no es tan agobiante (considerando que en su centro viven más de ocho millones de personas) como parece. Al contrario, me parece una ciudad que vive con calma. Comparándola con Londres, donde el ciudadanos común va siempre con un cohete en el culo y paso militar, aquí la gente vive a ritmo relajado (tendrá algo que ver con el budismo); aunque en los cruces de calles más concurridos se pueda concentrar tanta gente como en un concierto de La Pantoja en Sevilla.
Visitar el Museo de Arte Mori, y su Observatorio con vistas de 360ª a la inmensidad de la ciudad, desde la 53ª planta de la torre Mori en Roppongi Hills es simplemente sobrecogedor. No recomiendo hacerlo con el jet lag persiguiendo aún tu sueño a primera hora de la mañana. Ahora sé lo que es tener vértigo. Ahora entiendo qué significa la palabra 'rascacielos'.
En general y a primera vista, la cultura japonesa me parece como la inglesa pero acentuada, teniendo al otro extremo a cualquier país latino (o mejor, sudamericano). Me explico, sí. Me refiero a la 'politeness' inglesa llevada a Finisterre. Nada se dice de forma directa. Decidir, se hace por consenso y expresar tus preferencias de buenas a primeras es considerado maleducado. No basta con pedir gracias cincuenta mil veces seguidas, aquí tienes que acompañarlo con una (o múltiples) reverencia(s). La organización (y limpieza, y burocracia y testarudez o cuadriculación) es extrema y cien por cien eficaz; por necesidad (tamaña cantidad de gente necesita un orden para funcionar). Por ejemplo: tomar la bebida nacional, el sake, en un bar cualquiera es todo un ritual. La primera norma es que tú nunca puedes servirte a ti mismo. Otra regla básica es que cuando coges el vasito tienes que hacerlo con la mano derecha, pero poniendo siempre la mano izquierda con la palma hacia arriba debajo, acompañando a la otra mano allí donde ésta vaya. Cuando se termine la jarrita, se pone bocabajo. Uf, complicado, dirás. Bueno, nada comparado con la dificultad de aprender el idioma en cuestión, que para empezar se escribe con ni más ni menos que tres alfabetos distintos (hiragana para las palabras japonesas, katakana para las palabras de origen extranjero y kanji, que son los caracteres de origen chino), que a su vez tienen distintas lecturas fonéticas posibles, con diferentes significados cada una. Too much.
Y de la burocracia no hablamos. Para comprar tabaco en las máquinas expendedoras necesitas una tarjeta como las de crédito para acreditar (valga la redundancia) que eres mayor de edad. Para alquilar una bici, aunque sea por dos días, tienes que registrarla (y pagar por ello). Tarjetas SIM para mi móvil liberado, sólo con contrato y para tener el contrato necesitas un visado y para obtener el visado, bla bla bla.
Moverse por una ciudad tan grande sin entender ni papa de japonés es también complicado (alabemos a la amabilidad del japonés de a pie). Comprar un yogurt o un champú en el supermercado es una experiencia religiosa. Pero ahí está la gracia. En perderte, comprar crema de leche en lugar de yogurt, en ver a mujeres con kimono al lado de gothic lolitas, templos a cien metros de clubes de striptease, y en contestar 'arigato' con una amplia sonrisa en la cara y una leve reverencia a todo lo que te digan; a todo, todo y todo.
Next stops: baños onsen, teatro kibuka, danza butoh, karaoke, pachinko... y lo que salga.