En un documental reciente de la BBC, comentaban los altos índices de adicción a internet de los adolescentes en Corea del Sur (el país más cableado del mundo). Imagina chicos que pasan más de 11 horas diarias frente a la pantalla del ordenador y, básicamente, si no tienen conexión a internet se sienten impotentes y alienados y sufren ataques de pánico.
Yo no quiero ni pensar cuántas horas (principalmente por motivos de trabajo) me paso delante del ordenador. Pero confieso que hace poco encontré una justificación a mi memoria de pez (sí, soy una chica un tanto olvidadiza) que me dio un poco de miedo a mí misma. El argumento fue: "¿Para qué quiero acordarme de (intentando dar con el título de un libro que había leído recientemente) los detalles si puedo buscarlos en internet?". Sí, señores, internet se había convertido en mi medio cerebro; un cerebro universal e infinito -aunque no siempre fiable. Me di cuenta que pensar o mantener una conversación sin él era en muchas situaciones como andar con una sola pierna. Horror.
Internet está modificando nuestra manera de pasar el tiempo libre (antes lo dividíamos entre la tele, los juegos, el cine, la lectura, los amigos, el sexo -ahora lo puedes encontrar todo frente a una única pantalla). Está cambiando nuestra manera de relacionarnos con otra gente (hace poco un amigo que pasa muchas horas en internet me sugirió que la mejor forma de solucionar unos pequeños problemillas de convivencia con una compañera de piso también muy metida en la red era enviarle un email -hablar cara a cara se ve que es demasiado intrusivo). Está alterando también nuestro vocabulario (¿estarán los de la Real Academia planteándose aceptar el verbo 'googlear'?). Y además, investigaciones científicas han ya más que probado que -aunque nuestro cerebro viene en parte genéticamente diseñado (sí, parcialmente tu destino, tus puntos fuertes y tus puntos débiles, están escritos en tu cabecita)- el cerebro humano tiene una capacidad inimaginable y constante de adaptación. Hasta los doce meses de vida somos moldeables como la plastilina, luego ésta se va secando y nos cuesta más, pero aún así la fisionomía de nuestro cerebro es por naturaleza dúctil. Así que, aunque de forma menos obvia, internet está probablemente también cambiando la forma de nuestros cerebros y, con ello, nuestra manera de pensar y de ver el mundo.
Muchos psicólogos están ya estudiando sus efectos en la generación de nuestros hermanos pequeños, renacuajos que han nacido con un ratón en la mano y que quizás algún enteradillo etiquetará dentro de unos años como los primeros 'homo ciberneticus'. ¿Qué visión de la realidad pueden tener unos niños que han crecido frente a un mundo virtual, donde casi ninguna acción tiene una consecuencia "real"?
Aunque quizá nada de esto sea malo. Quizá lo del cerebro universal sea una buena idea. Palmaditas para que llore, cortar cordón umbilical, aplicar conexión de internet en cerebro. ¿Serán así los partos del futuro?