
Said vivió casi toda su vida en un pueblecito cerca de Rabat con su familia. Su padre vendía alfombras a los turistas mientras su madre cuidaba la casa. Lo que mejor recuerda de aquellos años es la plaza del mercado llena a rebosar de sudor y dinero, el cuscús de su madre y el intenso olor a especies omnipresente. Sus padres murieron asesinados cuando él tenía diecisiete años. Nunca quiso investigar qué pasó exactamente, pero dicen que había drogas de por medio. Poco después, decidió irse a España, solo, en busca de una vida mejor. [Vale, como muchos otros. Pero espera, hay más.] Said por aquél entonces cantaba en un grupo de hip hop y creía que ir a Europa lo acercaría un poco más a su sueño de convertirse en estrella. Pensaba que allí sería más fácil. Pero, como se suele decir: los sueños, sueños son -aunque la realidad tampoco le molesta. Ahora Said es propietario de una tienda de música árabe en la calle Joaquín Costa (Raval, Barcelona) y por las noches desahoga su talento en un karaoke de la calle Aribau, donde ya tiene algunos seguidores. Vive solo en un cuchitril a cinco minutos de su negocio. Sabe que nunca va a subirse a un escenario de verdad. Pero cuando piensa en su vida, sencilla, se considera afortunado, y si no fuera por esa sensación de vacío que le invade de vez en cuando, diría que hasta incluso es feliz. [Aunque lo que no sabe es que esa sensación de vacío es lo que hace de él alguien único, de su historia una historia que vale la pena contar.]

Los que lo conocen dicen que Said es un buen muchacho -reservado, pero bonachón. De hecho si existiera un manual de cómo ser un buen ciudadano, él saldría dibujado. Es listo, simpático y trabajador. Siempre intenta ayudar a quien se cruza en su camino. Nadie nunca lo ha visto enfadado. Nadie nunca lo ha visto ni siquiera triste. Cada día recicla meticulosamente la basura. No cruza el semáforo si no está en verde. Sus duchas no duran más de diez minutos. Siguiendo sus creencias, reza concienzudamente cinco veces al día. Come sus cinco raciones de frutas y vegetales diarios. Tiene una bolsa reciclable para ir al súper. Abre la tienda con puntualidad inglesa. En invierno, pone la calefacción a máximo veinte grados y en verano el aire a mínimo veinticinco. Procura no poner la música muy alta para no molestar a los vecinos. Y duerme siete horas al día, después de las cuales abre los ojos sin necesidad de alarma. Al despertar, hace cincuenta flexiones y corre media hora por la playa; haga sol, viento o llueva. Los fines de semana, ayuda en el centro social del barrio. No hace vacaciones, dice que no las necesita. Según las chicas musulmanas del vecindario es el “soltero de oro”, absurdamente perfecto. Ellas lo intentan seducir. Sus familias han probado varias veces sin éxito de “arreglar” el matrimonio –siendo propietario de una tienda y no teniendo familia a quien enviar el dinero que gana, es un buen partido. Pero él no les hace ni caso. No es que no las encuentre atractivas, pero hay algo en su interior que le dice que su destino es estar solo, vacío y solo. Algunas rumorean que es gay; no pueden imaginar otro motivo…
Pero mañana es un día especial. Todos van a saber lo que este chico oculta sin saberlo. Mañana Said cumple años. No tiene pensado hacer nada del otro mundo, a parte de ir al karaoke y una visita rutinaria al médico después del trabajo. O eso cree. En realidad mañana vence su fecha de caducidad. El ángel robótico del Raval será mañana desconectado, después de los diez años reglamentarios –a partir de ahí su “cuerpo” se iría deteriorando y los científicos prefieren curarse en salud. Es el primer prototipo de androide integrado en la sociedad. Un androide capaz de obedecer unas normas morales estándar (mucho mejor que los propios humanos), capaz de sentir sensaciones y de entender emociones, un androide con un impecable módulo de memoria virtual integrado, una réplica perfecta del cuerpo humano (con una amplia gamma de opciones étnicas), programado para vivir en sociedad, aprender de la experiencia (gracias al descubrimiento hace unos años de los llamados “genes móviles o saltarines” de nuestro ADN) y con ello evolucionar, tener sueños o aspiraciones y ser medianamente feliz. Y ya están trabajando en una nueva versión más duradera, capaz también de enamorarse (a través de una sencilla reacción química) y formar una familia. El hombre perfecto está en camino. Pronto lo podrás pedir por la teletienda.
Fotos de Mawashi Geri
*Todo lo que aquí se relata es pura ciencia ficción. Si caminando por la calle te cruzas con este hombre, borra de tu mente todo lo que crees haber leído.