Cuando
eres niño, tu casa no es más que tu casa: el sitio donde duermes, comes y
juegas. Es sólo con el tiempo, cuando dan a tu vivienda el premio FAD de
arquitectura, cuando la incluyen como patrimonio histórico-artístico de El Pratde Llobregat, cuando te llaman de escuelas y estudios de arquitectura de todo el
mundo o cuando escuchas decir que es la mejor obra de casa particular diseñada
por el arquitecto Antoni Bonet y un emblema de la arquitectura racionalista,
cuando te das cuenta de que la tuya ha sido y es una casa singular. Hablamos
con Marita y Beatriz Gomis, herederas de La Ricarda.
“El
primer recuerdo que tengo de la casa son unas estacas clavadas entre pinos y unidas
por unos cordeles, y mi padre diciendo ‘Aquí habrá esto, aquí lo otro’. Yo
debía tener unos seis años”, recuerda Marita.
La
Ricarda debe su nombre a una laguna situada en el Delta del Llobregat, cerca
del aeropuerto de El Prat. Desde las alturas, los pájaros (los de plumas y los
de acero) podrán ver una estructura de techos ondulantes rodeada de pinares y a
orillas del mar. Está pensada para estar en plena armonía con la naturaleza. “Desde
dentro tienes la sensación de estar fuera”, dice Beatriz. La luz, el color
verde y el sonido del mar de fondo parecen formar parte de la propia
arquitectura.
“La
idea de nuestros padres era hacer una casa para vivir ellos a su gusto. Aunque
sólo íbamos a pasar los domingos y el verano, desde un buen inicio La Ricarda se
convierte en la casa de referencia para la familia. Pero a la vez nuestros
padres se la plantean como una construcción artística”. Piezas de diseñadores
como Harry Bertoia y mobiliario creado por Bonet se enriquecen con las ideas
del matrimonio Gomis-Bertrand.
“Fue
siempre una casa abierta al exterior: tanto en sentido formal como por el
espíritu de sus propietarios, siempre dispuestos a recibir y acoger amigos”. Un
círculo de amigos bastante especial: de forma natural, La Ricarda se convirtió
durante la posguerra en punto de encuentro de intelectuales y gente relacionada
con la cultura y el arte como Joan Prats, Miró, Brossa, Tàpies, Català-Roca o
Ferrant.
Comprimida
entre un aeropuerto y un mar en continua expansión, hoy el futuro de la casa es
incierto. “Nos gustaría conservarla como una casa-museo”. Con los años la
familia entera –incluso los más pequeños que años atrás no entendían por qué
todo el mundo quería ver “la casa de los abuelos”– es ahora consciente de esa
singularidad que hablábamos al principio. Y por suerte cada vez más
arquitectos, fotógrafos, historiadores y curiosos del planeta entero reafirman
la idea de que La Ricarda es una casa icónica del Mediterráneo que hay que
salvaguardar como sea.