cuentos olvidados 1: Vaso

“Con hielo, sí, doble. ¿Cómo me ves hoy espejito mío? Mira aquí, la piel de los párpados y en la comisura de los labios. Todo parece más agrietado, lacio. Otro, doble con hielo, sí.” Me remueve e inspecciona sus arrugas en ese líquido amarillento y reflectante que se balancea en mi interior. “Mira cómo se deshace el hielo. Ahora está, ahora ya no está. Con hielo, sin hielo. Tic, tac. Tic, tac. El tiempo pasa. Otro, doble con hielo, sí.” Cada día lo mismo, a la misma hora: las 7:45h, antes del trabajo. Me habla del estrés, de lo inalcanzable que es su mujer y de sus dos hijas, que nunca ve. Me ha apodado Bourbon. Siempre pide por mí al camarero y me tutea, como si fuéramos amigos. “Bourbon ¿te gusto? Sí, no te hagas el tímido, a ti también te pongo. Las mujeres que nunca quise, así se llamará mi libro. Otro, doble con hielo, sí.” Siempre va impecable: camisa planchada, gemelos de oro, la raya a un lado y el pelo engominado. Me cuenta su vida, me pregunta sobre su aspecto. Es un tío con éxito, codiciado por muchas cachorritas con hambre de ascender, que son para él como el Santo Grial, elixir de juventud. Entra, pide su anestésico y se pone a leer el periódico, que minutos antes ha comprado en el quiosco de la esquina. “El tiempo, Bourbon, el tiempo. Mira, estos periodistas hablan otra vez de mí. Dime qué ves. ¿Saldré pronto en las esquelas de este periódico? Otro, doble con hielo, sí.” Está empeñado en que soy su oráculo particular. Observa el whisky, lo remueve de forma circular, introduce su puntiaguda nariz en mi y aspira. Observa otra vez. Entonces saca conclusiones, cada día lo mismo, a la misma hora: “Bourbon, se me está haciendo tarde, como siempre. Qué suerte tienes tú, que no tienes reloj, que sólo haces que esperarme cada mañana, cómo te envidio.” Deja el importe exacto encima de la barra, arruga el periódico y lo tira al suelo. En realidad, yo siempre le he intentado explicar que no debería arrugarlo. Arrugándose él, se arrugan sus letras y sus imágenes y envejece el mundo que allí aparece. Pero él no lo entiende, lo tira en la papelera y, sin decir nada a nadie, se va. Y cada día tiene más arrugas...